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mana pasada en casa de los Lucas; y hasta el señor Darcy ha reconocido que las perdices resultaban sumamente bien hechas, y eso que supongo que él tendrá dos o tres cocineros franceses. Y, por otra parte, querida Juana, jamás te he visto tan guapa; la señora de Long lo afirmó al preguntarle si era así. Y ¿qué crees que me dijo además?: «¡Ah señora de Bennet, por fin estaremos en Netherfield! De veras que lo dijo. Opino que la señora de Long es la mejor criatura del mundo, y sus sobrinas, muchachas muy bien educadas y no del todo feas: me gustan mucho.

En suma, la señora de Bennet sentíase muy animada. Había observado lo bastante la conducta de Bingley con Juana para quedar convencida de que lo pescaría al fin; sus esperanzas de ventajas para su familia fueron tan lejos de lo razonable, gracias a su feliz humor, que se disgustó sobremanera por no verle de nuevo allí al día siguiente para declararse.

—Ha sido un día muy grato—dijo Juana a Isabel—. ¡La reunión parecía tan bien escogida, tan amigable entre sí! Supongo que se volverá a repetir.

Isabel se sonrió.

—No hagas eso, Isabel, que me mortificas. Te aseguro que ahora he aprendido a gozar de su conversación como de la de un muchacho agradable y sensible, sin desear nada más allá. Hállome por completo satisfecha de su proceder actual, de que jamás haya pretendido ganar mi afecto. Lo que sucede es sólo que ha sido enriquecido con gran