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dulzura de trato y mayor deseo de agradar en general que cualquiera otro.

—Eres muy cruel—contestóle su hermana—; no me permites sonreírme y me estás provocando a hacerlo a cada momento.

—¡Cuán difícil es en algunos casos ser creído y cuán imposible en otros! Pero ¿por qué pretendes persuadirme de que siento más de lo que confieso?

—Esa es cuestión a que apenas sé cómo contestar. Ambas queremos dar noticias, aunque enseñando sólo lo que no vale la pena de saberse. Perdóname, y si persistes en tu indiferencia no me hagas tu confidente.

CAPITULO LV

Pocos días tras esa visita, Bingley volvió de nuevo, y solo. Su amigo le había dejado aquella mañana para ir a Londres; mas iba a regresar a los diez días. Permaneció con ellas alrededor de una hora, y se le vió de evidente buen humor. La señora de Bennet invitóle a comer con ellos; pero, con muchas manifestaciones de sentimiento, se declaró convidado en otro sitio.

—La primera vez que venga usted—díjole ella—espero que seremos más afortunados.

—Tendría en ello especial gusto—contestó él, añadiendo que, si se lo permitían, aprovecharía alguna ocasión próxima para visitarlos.

—¿Puede usted venir mañana?