Página:Orgullo y prejuicio - Tomo II (1924).pdf/198

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
196
 

resante plática; y por si eso no hubiera dado ya lugar a sospechas, los rostros de ambos, al volverse con velocidad y separarse, habíanlo dicho todo. Su situación resultó bastante embarazosa; pero pensó que la de ellos sería peor. Ninguno de los tres soltó una sílaba, e Isabel estaba ya tentada a marcharse de nuevo, cuando Bingley, que, al igual que la otra, se había sentado a todo eso, levantóse de improviso y, diciendo algunas palabras al oído de su hermana, salió de la estancia.

Juana no podía tener reservas con Isabel pudiendo ser tan satisfactoria la confidencia, y así, abrazándola al instante, confesóle con la más viva emoción que era la criatura más dichosa del mundo.

—Es demasiado—añadió—, excesivamente demasiado. No lo merezco. ¡Ah! ¿Por qué no son todos felices?

La enhorabuena de Isabel fué tan sincera, tan ardiente; reveló tanta complacencia, que las palabras no lo pueden expresar. Cada una de sus cariñosas frases fué nuevo manantial de dichas para Juana. Mas ésta no pudo quedarse con su hermana ni decirle la mitad de lo que le quedaba por comunicar en ese momento.

—Voy al punto al cuarto de mi madre le dijo—. No he de tomar a broma su afectuosa solicitud ni permitir que lo sepa por otro conducto que por mí misma. El ha ido a hablar a mi padre. ¡Oh Isabel! ¡Lo que voy a contar causará tal alegría a toda mi querida familia! ¿Cómo podré resistir tanta dicha?