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Fuése entonces presurosa hacia su madre, quien de intento suspendiera la partida de juego y estaba arriba con Catalina.

Isabel se quedó sola, sonriente por la rapidez y facilidad con que quedaba resuelto un asunto que tantos meses de incertidumbre y tristeza les había proporcionado.

«¡Y éste—se dijo—es el final de toda la ansiosa circunspección de su amigo, de todas las falsías y maquinaciones de sus hermanas!; el final más feliz, cuerdo y razonable.»

A los pocos minutos estaba reunida con Bingley, cuya conferencia con el señor Bennet había sido corta y ceñida al asunto.

—¿Dónde está su hermana de usted?—díjole presuroso en cuanto abrió la puerta.

—Arriba, con mi madre. Supongo que bajará pronto.

Entonces él cerró la puerta, y llegándose a Isabel solicitó su enhorabuena y su afecto de hermana. Isabel expresóle muy de corazón su contento por la perspectiva de su parentesco. Diéronse las manos con gran cordialidad, y hasta que su hermana bajó hubo ella de escuchar cuanto él quiso decirle sobre su propia dicha y sobre las perfecciones de Juana; y a pesar de tratarse de un enamorado, Isabel creyó de veras que todas esas esperanzas de ventura tenían racional fundamento por tener por base el entendimiento excelente y el más excelente corazón de Juana, sumados a una universal semejanza de sentimientos y gustos en los dos.