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CAPITULO LVI

Una mañana, aproximadamente una semana después del arreglo de Bingley con Juana, cuando él y las señoras de la casa hallábanse reunidos en el comedor, su atención se dirigió de pronto hacia la ventana a causa del ruido producido por un carruaje, y percibieron una silla de postas con cuatro caballos que atravesaba la pradera. Era demasiado temprano para visitas, y además el tren no correspondía a ninguno de los vecinos; los caballos eran de posta, y ni el coche ni la librea del lacayo que le precedía les eran conocidos. Mas siendo evidente que alguien venía, Bingley persuadió al instante a Juana a evitar, con irse a pasear al plantío de arbustos, que semejante intruso los retuviese. Fuéronse, pues, ambos, y las tres que quedaron continuaron sus conjeturas, aunque no muy a gusto, sobre la llegada del coche, hasta que se abrió la puerta y entró la visita. Era lady Catalina de Bourgh.

Verdad es que todas esperaban quedar sorprendidas; pero su asombro a la sazón sobrepujó lo que esperaban; y aunque a la señora de Bennet y a Catalina fuese en absoluto desconocida dicha persona, su sorpresa, con todo, fué menor que la de Isabel.

Entró en la estancia con aire todavía más antipático que de costumbre; no dió al saludo de Isabel más contestación que una inclinación de cabe-