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za, y sentóse sin decir una palabra. Isabel había pronunciado a su madre el nombre de Su Señoría cuando entró, aun sin mediar súplica de presentación.

La señora de Bennet, toda sorprendida, aunque congratulándose de tener huéspeda de tan alta importancia, recibióla con la mayor cortesía. Habiendo permanecido sentadas en silencio durante un momento, lady Catalina dijo con mucha tiesura a Isabel:

—Supongo que está usted bien, y calculo que esta señora será su madre de usted.

Isabel contestó que sí, con mucha concisión.

—Y esta otra supongo que será una de las hermanas de usted.

—Sí, señora —respondió la señora de Bennet, complacidísima de hablar con lady Catalina—. Es casi la más joven; la más joven de todas se ha casado hace poco, y la mayor está en el jardín paseando con un muchacho que espero que formará pronto parte de la familia.

—Tienen ustedes aquí un parque muy pequeño —volvió a decir aquélla tras un corto silencio.

—No es nada en comparación con Rosings, señora; hay que confesarlo; pero le aseguro que es mucho mayor que el de sir Guillermo Lucas.

—Esta ha de ser una habitación muy molesta para las tardes de verano; las ventanas dan por completo a poniente.

La señora de Bennet aseguróle que jamás estaban allí después de comer, y añadió: