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convenga a mi felicidad, sin tener en cuenta a usted ni a ningún otro tan ajeno a mí.

—Bien. Entonces rehusa usted mi gratitud. Rechaza usted obedecer al imperio del deber, del honor y del agradecimiento. Está usted determinada a rebajar a mi sobrino ante la opinión de todos sus amigos y hacerle el desprecio del mundo.

—Ni el deber, ni el honor, ni la gratitud —repuso Isabel pueden alegar ningún derecho sobre mí en las precisas circunstancias. Ninguno de sus principios quedaría violado con mi matrimonio con el señor Darcy. Y en cuanto al enfado de su familia o a la indignación del mundo, si excitase aquél mi casamiento con su sobrino no me importaría lo más mínimo, y el mundo en general tendrá sobrado sentido común para sumarse a aquélla en el desprecio.

—¡Y ése es el verdadero sentir de usted? ¿Es ésa su última resolución? Muy bien; ahora sé cómo he de obrar. No imagine usted, señorita de Bennet, que su ambición quedará nunca satisfecha. Vine a probar a usted. Esperaba encontrarla razonable; pero tenga usted por descontado que saldré con la mía.

Así se expresó lady Catalina hasta que estuvieron a la puerta del coche, y entonces, volviéndose, añadió:

—No me despido de usted, señorita de Bennet; no envío mi saludo a su madre; no merece usted esa atención. Estoy disgustada muy seriamente.

Isabel no respondió, y, sin tratar de convencer a Su Señoría de que entrase en casa, se fué sola