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dar otras cosas más substanciales, fuera de la general estimación por parte de la vecindad y la consideración que su trato social le había granjeado entre sus camaradas. Después de detenerse en ese punto bastante tiempo continuó con la lectura. Pero, ¡oh!, la historia que seguía de sus planes sobre la señorita de Darcy recibió alguna confirmación con lo sucedido entre el coronel Fitzwilliam y ella en la mañana anterior; y al final se hacía referencia, para probar la verdad de todas las particularidades, al propio coronel, de quien había ella recibido noticias anticipadas sobre su intervención en todos los asuntos de su primo y cuya veracidad no tenía motivo a poner en entredicho. Casi resolvió recurrir a él; mas semejante resolución fué contenida por la grosería que implicaba el hacerlo y rechazada al cabo por completo por el convencimiento de que Darcy no se habría arriesgado jamás a proponerla sin poseer seguridad completa de la corroboración de su primo.

Recordaba a la perfección cuanto habían hablado Wickham y ella en su primer coloquio en casa del señor Philips; muchas de sus expresiones estaban aún frescas en su memoria. Ahora notaba lo impropio de tales confidencias a una persona extraña y se admiraba de no haberlo notado antes. Veía la falta de delicadeza que implicaba el ponerse en evidencia como él había hecho, y la diferencia entre sus aseveraciones y su conducta. Recordaba que se había jactado de no temer ver a Darcy, de que éste tendría que abandonar el campo, pero que él per-