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lidad. Ahora le fué preciso reírse cuando más bien habría deseado llorar. Su padre la había mortificado muy cruelmente con lo que le dijera sobre la indiferencia de Darcy, no pudiendo menos de maravillarse de tamaña falta de penetración, o temiendo que quizá en vez de ver él demasiado poco hubiera ella imaginado demasiado mucho.

CAPITULO LVIII

En lugar de recibir Bingley carta ninguna de excusa de su amigo, como Isabel medio esperaba que le sucediese, pudo aquél traer a Darcy a Longbourn antes de pasar muchos días tras la visita de lady Catalina. Los caballeros llegaron temprano, y antes de tener la señora de Bennet tiempo de decir a Darcy que habían visto a su tía, cosa que Isabel temió al momento, Bingley, que necesitaba estar solo con Juana, propuso a todos salir de paseo. La señora de Bennet no tenía costumbre de pasear y María no podía nunca perder tiempo; pero los cinco restantes salieron juntos. Mas Bingley y Juana dejaron presto que los otros se les adelantaran, y quedáronse detrás, mientras Isabel, Catalina y Darcy siguieron delante reunidos. Poco habló ninguno; Catalina tenía al último sobrado miedo para hablar; Isabel hallábase formando en secreto una resolución desesperada, y acaso el otro estuviera ha ciendo lo propio.

Dirigiéronse hacia la casa de los Lucas porque