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vencida de este punto, Juana no tenía más que desear.

—Ahora soy por completo feliz—dijo—, porque lo serás tanto como yo. Siempre le estimé. Aunque no fuera sino por su amor a ti, siempre tendría que haberle estimado; pero ahora, como amigo de Bingley y marido tuyo, no puede haber sino Bingley y tú que sean más caros a mi corazón. Pero, Isabel, has sido muy callada, muy reservada conmigo. ¡Qué poco me hablaste de lo que ocurrió en Pemberley y en Lambton! Cuanto sé lo debo a otro, no a ti.

Isabel expuso los motivos de su secreto. No había querido mentar a Bingley, y el indeciso estado de sus sentimientos habíale hecho evitar a la par el nombre de su amigo. Mas ahora no quería ocultarle la participación de éste en el asunto de Lydia. Todo, pues, quedó expuesto, y se pasó media noche en el coloquio.

—¡Dios mío!—exclamó la señora de Bennet al ponerse a la ventana a la mañana siguiente—, ¡si ese desagradable señor Darcy no viniera otra vez con nuestro querido Bingley! ¿Qué significará que sea tan pesado y que venga de continuo aquí? Ya podría irse a cazar o a hacer otra cosa, en lugar de molestarnos con su compañía. ¿Qué haremos con él? Isabel, tienes que salir otra vez de paseo con él para no estorbar a Bingley.

Isabel apenas pudo evitar el reírse al escuchar proposición tan conveniente, por más que lamentara que su madre estuviese dándole siempre a él aquel epíteto.