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me amases. Lo que confesaba, o me confesaba a mí mismo, era ver si tu hermana estaba aún interesada por Bingley, y de ser así, manifestar a éste lo que con anterioridad había yo hecho.

—¿Tendrás valor de anunciar a lady Catalina lo que le espera?

—Probablemente más bien me faltará tiempo que valor, Isabel. Mas hay que hacerlo; y si me das un pliego de papel quedará hecho a la carrera.

—Y si yo no tuviera otra carta que escribir podría sentarme a tu lado y admirar la uniformidad de tu letra, cual cierta señorita hizo en otra ocasión. Pero tengo también una tía a quien no he de dejar olvidada más tiempo.

Por no querer confesar cuánto se había exagerado su intimidad con Darcy no había contestado Isabel aún a la larga carta de la señora de Gardiner; mas ahora, pudiendo comunicar lo que sabía que sería muy bien recibido, casi se avergonzaba de ver que sus tíos llevaban tres días perdidos en el disfrute de semejante dicha, y al punto escribió como sigue:


«Habríate dado antes, cual era mi deber, querida tía, las gracias por tu larga, amable y satisfactoria relación del hecho que sabes; mas, a decir verdad, veíame demasiado afligida para escribir. Pero ahora, supón lo que quieras, da rienda suelta a tu fantasía, permite a tu imaginación todo el vuelo que el asunto permite, y, menos creerme en la actualidad casada, no podrás errar mucho. Me