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para el resto de la familia; y al considerar que los disgustos de Juana habían sido en realidad obra de sus más inmediatos parientes, y al reflexionar cuán naturalmente dañado había de quedar el crédito de ambas por semejantes inconveniencias de conducta, sintióse oprimida más allá de los límites de cuanto antes había conocido.

Después de vagar dos horas a lo largo del camino, dando vueltas a toda la diversidad de sus pensamientos, volviendo a considerar los hechos, determinando posibilidades y reconciliándose cuanto le fué dado con tan repentino e importante cambio, la fatiga y el recuerdo de lo largo de su ausencia hiciéronle por fin tornar a casa, y en ella entró ansiando parecer alegre como siempre y resuelta a reprimir reflexiones que habrían de inhabilitarla para la conversación.

Se le participó en seguida que los dos caballeros de Rosings habían hecho su visita durante su ausencia; Darcy, sólo por breves instantes, para despedirse; pero que el coronel Fitzwilliam había pasado con ellos lo menos una hora, esperando que regresase y casi resolviendo ir tras ella hasta que la encontrara. Isabel apenas pudo afectar sentimiento en perderlo; en realidad se regocijaba de ello. El coronel Fitzwilliam ya no era un atractivo: no podía pensar sino en su carta.