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mente; más, a mi juicio, que el año pasado. A no dudar, crece su afecto a Rosings.

Collins tuvo un cumplido y una alusión para eso, a los que sonrieron amablemente la madre y la hija.

Lady Catalina observó después de la comida que la señorita de Bennet parecía distraída, y explicándoselo al punto por sí sola con suponer que no le gustaba volver a casa de sus padres tan pronto, díjole:

—Si ése es el caso, tiene usted que escribir a su madre que le permita permanecer aquí algo más. Segura estoy de que la señora de Collins se verá muy satisfecha en su compañía.

—Agradezco mucho a Vuestra Señoría tan amable invitación—replicó Isabel—, pero no puedo aceptarla. Tengo que estar en la capital el próximo sábado.

—¡Cómo! Según eso, habrá estado usted aquí sólo seis semanas. Esperaba que estuviera dos meses; así lo dije a la señora de Collins antes de venir usted. No puede haber motivo para irse tan pronto. La señora de Bennet podrá pasarse de seguro sin usted durante otra quincena.

—Pero a mi padre no le es posible. Me escribió la otra semana dándome prisa para mi regreso.

—¡Oh! Su padre desde luego podrá privarse de usted si su madre puede. Las hijas nunca son de tanta precisión para un padre. Y si quisiera usted estar todavía un mes completo podría llevarla a Londres, porque a principios de junio iré allí por