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Wickham; demasiado buenas para el criado, ¿no es así? No hay que temer que Wickham se case con María King. Ahí lo tenemos para nosotras. Ella se ha ido a Liverpool a casa de su tía, y se ha ido para quedarse. ¡Wickham está en salvo!

—Y María King está en salvo también—añadió Isabel—; en salvo de una unión imprudente en cuanto a ventura.

—Muy loca es en irse si le quiere.

—Pero supongo que no habrá afecto por ningún lado—dijo Juana.

—Segura estoy de que no lo hay por parte de él; nunca le importó tres pitos de ella. ¿Quién podía cargar con cosita tan sucia y tan llena de pecas?

Isabel se escandalizó, pensando que, aunque incapaz de semejante grosería de expresión, la grosería del sentimiento que ella indicaba era bien poco distinta de la que su propio pecho había albergado e imaginado admisible.

Así que todas hubieron comido y las mayores pagado, pidieron el coche; y tras alguna discusión, toda la partida, con sus cajas, bolsas de trabajo y paquetes, y la mal recibida adición de las compras de Catalina y Lydia, se acomodaron en él.

—¡Qué bien embutidas vamos!—exclamó Lydia—. ¡Me alegro de haber comprado el sombrero sólo por el gusto de llevar otra caja de mano! Bien; vamos a ponernos cómodas y a charlar y reír en todo el camino hasta casa. Y en primer lugar oigamos lo que os ha ocurrido a vosotras desde que os fuisteis. ¿Habéis visto hombres agradables? Había