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ciones de Catalina, de divertir a sus compañeras durante todo el camino hasta Longbourn. Isabel escuchó lo menos que pudo; mas no se le escapó la frecuente mención del nombre de Wickham.

Su recibimiento en casa fué muy cariñoso. La señora de Bennet se regocijó de ver a Juana con no disminuída hermosura, y más de una vez durante la comida dijo de corazón el señor Bennet a Isabel:

—Me alegro de que hayas vuelto, Isabelita.

La reunión en el comedor fué numerosa, pues las de Lucas fueron a buscar a María y oír las noticias, y variados fueron los temas que las ocuparon. Lady Lucas interrogaba a María desde el otro lado de la mesa sobre el bienestar y el corral de su hija mayor; la señora de Bennet hallábase doblemente ocupada, recibiendo por un lado informaciones sobre las modas de actualidad de Juana, que estaba algo más abajo que ella, y volviéndose a darlas a la más joven de las señoritas de Lucas, por el otro; y Lydia, con voz más ruidosa que las demás, enumeraba los variados placeres de la mañana a cuantos la querían oír.

—¡Oh María!—dijo—, querría que hubieses venido con nosotras, ¡porque nos hemos divertido tanto! Cuando íbamos Catalina y yo solas cerramos todas las ventanillas, simulando que no iba nadie en el coche, y así habríamos ido todo el camino si ella no se hubiera puesto mala; y al llegar al «George» me parece que obramos lindamente festejando a las otras tres con el más delicado lunch frío del mundo, y si hubieras ido te habríamos rega-