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lado a ti también. ¡Y al regresar nos divertimos tanto! Pensé que nunca habíamos ido en el coche. Estuve para morirme de risa. ¡Y nos encontrábamos tan alegres al venir hacia casa! Hablábamos y reíamos tan alto que se habría podido oírnos a diez millas.

A eso respondió con gravedad María:

—Lejos de mí, querida hermana, el despreciar esos placeres. Serán sin duda propios de la generalidad de los ánimos femeniles. Pero confieso que no habrían poseído encanto para mí; habría preferido con mucho un libro.

Mas de su contestación no oyó Lydia una palabra. Rara vez escuchaba a nadie arriba de medio minuto, y jamás prestaba atención a María.

Por la tarde Lydia propuso con insistencia ir a Meryton con los demás de la familia y ver cómo estaban todos; mas Isabel se opuso resueltamente al plan. No quería que se dijera que las señoritas de Bennet no podían permanecer en casa medio día sin perseguir a los oficiales. Y tenía otra razón para oponerse: temía ver a Wickham de nuevo, y resolvió evitarlo todo lo posible. Su satisfacción por aproximarse la partida del regimiento era en verdad sobre cuanto se puede decir. Iban a marcharse dentro de quince días, y una vez idos esperaba que nada le molestaría ya con noticias de él.

No llevaba muchas horas en casa antes de notar que el plan de Brighton, de que Lydia le había dado cuenta en la posada, se discutía a menudo entre sus padres. Isabel conoció pronto que su