Página:Orgullo y prejuicio - Tomo II (1924).pdf/44

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
42
 

Pero, díme: ¿me censuras por haberle rechazado?

—¡Censurarte! ¡Oh!, no.

—Y ¿me censuras por haber hablado de Wickham con tanto calor?

—No; no creo que obraras mal en decir lo que dijiste.

—Pero lo creerás cuando te haya dicho lo que ocurrió al día siguiente.

Entonces le habló de la carta, repitiéndole la totalidad de su contenido en cuanto se refería a Jorge Wickham. ¡Qué golpe fué éste para la pobre Juana!; ¡para Juana, que habría recorrido el mundo sin sospechar que en toda la raza humana existiera tanta maldad como aparecía allí reunida en un individuo! Ni aun la vindicación de Darcy, aunque tan grata a sus sentimientos, bastaba a consolarla de un descubrimiento semejante. Con mucho ardor dióse a defender las probabilidades de error, tratando de purificar al uno sin envolver al otro.

—Eso no lo conseguirás—díjole Isabel—; nunca podrás dar por buenos a los dos. Haz lo que quieras; pero sólo te habrá de satisfacer uno. Entre ambos no suman sino cierta cantidad de méritos, justos los precisos para hacer un hombre bueno; y desde antiguo se ha tergiversado eso bastante. Por mi parte, me inclino a creer todo lo de Darcy; mas tú harás lo que gustes.

Pasó algún tiempo antes de que pudiera brotar de Juana una sonrisa.

—No sé qué me ha sorprendido más—dijo al cabo—. ¡Wickham tan rematado! Casi no se puede