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creer. ¡Y pobre señor Darcy! ¡Querida Isabel, no pienso sino en lo que habrá sufrido! ¡Qué disgusto! ¡Y conocer además tu mala opinión de él! ¡Y tener que contar tales cosas de su hermana! ¡Es cosa en verdad demasiado angustiosa! Bien segura estoy de que tú lo creerás así.

—¡Oh!, no; mi pena y mi compasión han desaparecido al verte tan colmada de ambas cosas. Sé que le harás completa justicia y que cada vez me veré yo más libre e indiferente. Tu plétora de todo eso me salva, y si sigues lamentándote de él, mi corazón quedará tan ligero como una pluma.

—¡Pobre Wickham! ¡Hay tal aspecto de bondad en su porte, tal franqueza en sus modales!

—Es evidente que hubo muy mal manejo en la educación de esos dos muchachos. El uno acaparó toda la bondad y el otro toda la apariencia de ella.

—Jamás tuve a Darcy por tan falto de buenas apariencias como tú has solido.

—Y con todo, me creía muy sagaz cuando sin motivo me desagradaba tanto. Hay cierto aguijón para todos, cierto prurito de burla que nos hace sentir desagrados de esa especie. Puédese estar siempre injuriando sin decir nada que sea justo; pero no se puede estar siempre riéndose de un hombre sin dar de vez en cuando con algo chistoso.

—Estoy segura, Isabel, de que al leer la carta por primera vez no habrías tratado del asunto como ahora lo haces.

—Cierto que no me habría sido posible. Estaba