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bastante resentida y me tenía por desgraciada. ¡Y no tener entonces a nadie a quien revelar mis sentimientos, ni a Juana, para que me consolara y me dijera que no había sido yo tan débil, vana y absurda como yo me reconocía! ¡Oh, cuánto te eché de menos!

—¡Qué lástima que usaras expresiones tan fuertes hablando de Wickham a Darcy, ya que ahora las juzgas por completo inmerecidas.

—Es verdad; pero la desdicha de expresarme con amargura fué consecuencia naturalísima de los prejuicios que había ido alimentando. Hay un punto en que requiero tus consejos. Necesito que me digas si debo o no dar a conocer a nuestras relaciones en general el modo de ser de Wickham.

Juana meditó un rato y dijo después:

—A buen seguro que no hay motivo para mostrárselo como tan terrible. ¿Cuál es tu opinión?

—Que no debo hacerlo. El señor Darcy no me ha autorizado para hacer pública su información. Por el contrario, todas las particularidades referentes a su hermana parecían reservadas en lo posible para mí; y por otra parte, si tratase de desengañar a la gente en cuanto a lo restante de su conducta, ¿quién me creería? El prejuicio general contra Darcy es tan fuerte que sería la muerte de la mitad de las buenas gentes de Meryton el tratar de ponerle en buen lugar. No sirvo para eso. Wickham se irá pronto, y por eso a nadie diré lo que es en puridad. De aquí a algún tiempo todo se sabrá, y entonces podremos reírnos de la necedad