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lumbrantes de color carmesí; y para completar el cuadro, reconocíase a sí propia sentada junto a una de dichas tiendas, coqueteando tiernamente lo menos con seis oficiales a la vez.

A saber que su hermana intrigaba para arrebatarle tales perspectivas, tales realidades, ¿cuáles habrían sido sus sentimientos? Sólo su madre los podría entender; su madre, que casi experimentaba lo mismo que ella. La ida de Lydia a Brighton era todo cuanto la consolaba de la melancólica convicción de que su marido jamás iría allí.

Mas ambas ignoraban en absoluto lo que había pasado; y así, sus transportes continuaron hasta el día mismo en que Lydia abandonó la casa.

Isabel iba a ver ahora a Wickham por última vez. Como había estado con frecuencia en su compañía desde que regresara, la agitación habíasele calmado bastante; y en cuanto a lo relativo a su interés por él, eso había desaparecido en absoluto. Había aprendido a descubrir en aquella misma amabilidad que al principio le atraía cierta afectación, y hasta le disgustaba y cansaba. Por otra parte, en su proceder actual para con ella había para Isabel fresco manantial de desagrado, porque los deseos, que pronto manifestó, de renovar las atenciones características de su primera época de relación sólo podían servirle, después de todo lo ocurrido, para provocarla. Perdió todo interés por él al verse así elegida objeto de tan vana y frívola galantería; y al contenerla con finura no podía menos de sentir la ofensa que entrañaba la creencia