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—¡Cierto!—exclamó Wickham con una mirada que no se le escapó a Isabel—. Y ¿qué?—Pero, reprimiéndose, añadió en tono más jovial: —¿Es en las formas en lo que gana? ¿Se ha dignado añadir algo de cortesía a su estilo ordinario? Porque no me resuelvo a creer—continuó en tono más bajo y serio—que haya mejorado en lo esencial.

—¡Oh!, no—repuso Isabel—. En lo esencial pienso que aun es más de lo que siempre fué.

Mientras ella hablaba, Wickham parecía no saber apenas si regocijarse con sus palabras o desconfiar de la significación de las mismas. En el porte de Isabel había algo que le hizo a él escuchar con ansiosa atención y con recelo, cuando añadió:

—Al decir que gana con el trato no quiero significar que ni su mente ni sus modales vayan ganando, sino que cuando se le conoce mejor se comprende también mejor su modo de ser.

La alarma de Wickham se delató en esta ocasión por lo subido de su color y la agitación de su mirada; quedó en silencio durante unos instantes, hasta que, sacudiendo su embarazo, volvióse de nuevo a ella y dijo en el tono más amable:

—Usted que conoce tan bien mi resentimiento contra el señor Darcy comprenderá cuán sinceramente me ha de regocijar que sea lo suficiente avisado para asumir por lo menos la apariencia de lo debido. Si él adopta ese sistema, su orgullo puede ser útil, si no a él mismo, a muchos otros, porque le habrá de apartar de procederes tan locos como los que yo he soportado. Pero temo que esa espe-