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cie de cautela a que parece aludir usted la emplee sólo en sus visitas a su tía, cuya buena opinión y buen concepto tiene en mucho. Miedo a ella lo ha tenido siempre que estaban juntos, lo sé bien, y en buena parte puede imputarse al deseo de acelerar su casamiento con la señorita de Bourgh, que estoy seguro que tiene muy metido.

Isabel no pudo reprimir una sonrisa al oír esto; mas sólo contestó con ligera inclinación de cabeza. Conoció que iba él a conducirla al antiguo tema de sus pesares, y no estaba de humor de permitírselo. El resto de la velada pasó por parte de él aparentando su acostumbrada alegría, mas sin tratar de distinguir ya a Isabel; y al fin se separaron ambos con mutuas cortesías y probablemente también con mutuo deseo de no volverse a ver.

Al terminar la tertulia Lydia se fué con la señora de Forster a Meryton, de donde iban a partir temprano a la mañana siguiente. Su separación de la familia fué más ruidosa que patética. Catalina fué la única que derramó lágrimas, pero lo hizo de tristeza y envidia. La señora de Bennet estuvo difusa al expresar sus buenos deseos de dicha para su hija y recalcitrante en añadirle que no perdiese la oportunidad de divertirse todo lo posible, advertencia que era muy razonable creer que sería atendida; y con la ruidosa alegría de la propia Lydia al despedirse quedó por ella desatendido el adiós, más apacible, que le dieron sus hermanas.