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dejara por completo admirada; que poseía un vestido nuevo o una nueva sombrilla que describiría con mayor amplitud, pero viéndose obligada a no hacerlo por tener prisa, pues la señora de Forster la llamaba y se marchaban al campamento; y de su correspondencia con su hermana aun había menos que aprender, porque en sus cartas a Catalina, aunque más largas, había demasiada parte subrayada para hacerse pública.

Tras las dos o tres primeras semanas de la ausencia de Lydia, la salud, el buen humor y la alegría comenzaron a brillar en Longbourn. Todo presentaba más grato aspecto. Regresaban las familias que habían pasado el invierno en la capital y resurgían las finezas y las invitaciones del verano. La señora de Bennet repúsose de su habitual estado quejumbroso; y hacia mediados de junio Catalina se halló lo bastante confortada para poder entrar en Meryton sin llorar. Hecho tan insólito prometía tanto, que Isabel creyó que por la próxima Navidad su citada hermana se encontraría tan tolerablemente razonable que no mencionaría a un oficial ni una vez al día, a no ser que por alguna cruel y maligna orden del ministerio de la Guerra se acuartelara en Meryton otro regimiento.

La época fijada para su excursión al Norte se aproximaba ya, faltando para ella dos semanas, cuando se recibió una carta de la señora de Gardiner que a la vez dilataba su comienzo y abreviaba su duración. El señor Gardiner veíase impedido por sus negocios de partir hasta dos semanas después