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seles un muy lindo aposento, recientemente alhajado con mayor elegancia y tono más claro que los departamentos inferiores, y enteróseles de que todo eso se había hecho por complacer a la señorita de Darcy, quien había tomado apego a la estancia la última vez que estuvo en Pemberley.

—Es de veras un buen hermano—dijo Isabel mientras se encaminaba a una de las ventanas.

La señora Reynolds manifestó el placer que recibiría la señorita de Darcy cuando penetrase en la habitación.—Y así se porta él siempre—añadió—. Cuanto puede proporcionar gusto a su hermana, de seguro que lo ejecuta al punto. No hay nada que no hiciera por ella.

La galería de pinturas y dos o tres de los principales dormitorios era cuanto quedaba por enseñar. En la primera lucían varios cuadros buenos; pero Isabel no entendía nada de arte, y ya entre las cosas de esa clase que había visto abajo había querido mirar sólo ciertos dibujos a lápiz de la señorita de Darcy, cuyos asuntos eran en general más interesantes y a la par más inteligibles.

En la galería pendían también varios retratos de familia; mas valían poco para fijar la atención de un extraño. Isabel la recorrió buscando el único retrato cuyas facciones había de reconocer. Al llegar a él se detuvo, notando la sorprendente semejanza con Darcy, quien aparecía con cierta sonrisa en el rostro que ella recordaba haber visto cuando la miraba. Permaneció varios minutos ante semejante pintura, en la más atenta contempla-