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ción, y aun volvió a ella de nuevo antes de abandonar la galería. La señora Reynolds hízole saber que había sido hecha en tiempos de su padre.

En el ánimo de Isabel había en verdad en este momento más inclinación hacia el original de la que había experimentado en el auge de su relación con él. Las ponderaciones de la señora Reynolds no eran una bicoca. ¿Qué elogio es más valioso que el de un criado inteligente? ¡Consideraba a cuanta gente podía hacer feliz como hermano, como señor y como amo!; ¡cuánto placer y cuánta pena podía proporcionar!; ¡cuánto le era dable hacer en bien o en mal! Todo lo manifestado por el ama de llaves hablaba en favor de su carácter, y al hallarse ella misma ante el lienzo en que estaba representado, fijos los ojos en ella, juzgó el interés que le manifestó con más profundo sentimiento de gratitud del que antes había suscitado; acordóse de su acaloramiento y dulcificó la impropiedad de las palabras que expresara.

Una vez visto cuanto de la casa se abría al público, volvieron a bajar, y despidiéndose del ama de llaves se las confió a la dirección del jardinero, que esperaba a la puerta del vestíbulo.

Cuando se encaminaban, pasando a través de la pradera, hacia el arroyo, volvióse Isabel para mirar de nuevo la casa; su tío y su tía detuviéronse también, y mientras el primero hacía conjeturas sobre la época del edificio, el propietario del mismo venía aprisa hacia ellos desde el camino que por detrás conducía a las caballerizas.