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Estaban a menos de veinte yardas entre sí, y tan repentina fué su aparición, que resultó imposible impedir que los viera. Los ojos de ambos, de Isabel y de Darcy, se encontraron al instante, y sus rostros se cubrieron del más fuerte rubor. El se paró en seco, quedando durante un momento inmóvil de sorpresa; mas recobrándose presto, se adelantó hacia la partida y habló a Isabel, si no en términos de perfecta compostura, al menos con completa cortesía.

Ella instintivamente se había vuelto; pero, deteniéndose a su aproximación, recibió sus cumplidos con embarazo imposible de dominar. Si su aspecto a primera vista, o su parecido con los retratos que acababa de contemplar, hubieran sido insuficientes para hacer sabedores a los otros dos de la partida de que veían ahora a Darcy, la expresión de sorpresa del jardinero al encontrarse con su amo habría tenido que revelárselo al punto. Detuviéronse a cierta distancia mientras hablaba a su sobrina, la cual, asombrada y confusa, apenas osaba levantar los ojos hacia él y no sabía qué contestación darle a las preguntas que le dirigía sobre su familia. Sorprendida por la mudanza de sus modales desde que se habían separado por última vez, toda frase que él decía aumentaba su embarazo; y al acudir a su mente todas las ideas de lo impropio que le era encontrarse allí, los pocos momentos que estuvieron juntos fueron de lo más intranquilo de su vida. Tampoco parecía él estar más en sí; cuando hablaba, su acento no poseía nada de su calma