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Isabel contestó sólo con una ligera inclinación de cabeza. Su pensamiento voló al instante a la ocasión en que el nombre de Bingley había sido últimamente mencionado entre los dos, y, a juzgar por el aspecto de Darcy, su mente no debía estar ocupada de modo muy diverso.

—Figura también otra persona en la partida —continuó diciendo después de una pausa—que muy en particular desea ser conocida por usted. Me permitirá usted, o es pretender demasiado, presentarle a usted a mi hermana mientras están ustedes en Lambton?

La sorpresa por semejante demanda fué grande en verdad. Era excesivo para Isabel adivinar cómo aquélla pretendía eso; pero al punto comprendió que cualquier deseo de ser presentada a ella que abrigase la señorita de Darcy tenía que ser obra de su hermano, y por ende, sin que hubiese más que pensar en ello, resultaba cosa satisfactoria: era grato saber que el resentimiento no le había hecho a él pensar de veras mal de ella.

Siguieron paseando en silencio, profundamente embebidos ambos en sus pensamientos. Isabel no estaba tranquila, érale imposible, pero sí lisonjeada y complacida. El deseo de Darcy de presentarle a su hermana era atención de lo más subido. Pronto dejaron atrás a los otros, y cuando alcanzaron el coche, los señores de Gardiner quedaban a medio cuarto de milla detrás.

Invitóla entonces a pasar a la casa; pero Isabel confesó que no estaba cansada, y permanecieron