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juntos en la pradera. Durante semejante tiempo mucho pudieron haber dicho, y este silencio fué insigne torpeza. Al fin, recordó Isabel que había viajado, y habló de Matlock y Dovedale con efusión. El tiempo pasaba, su tía se movía con calma y su paciencia y sus ideas se consumían antes de acabarse el tête-à-tête. Llegados los señores de Gardiner, se los invitó a todos a entrar en la casa y tomar algún refrigerio; pero éste fué rehusado y se separaron con la mayor cortesía. Darcy acompañó a los señores al coche, y cuando éste partió, Isabel vió a aquél encaminarse despacio hacia la casa.

Entonces comenzaron las observaciones de sus tíos, declarando ambos a Darcy infinitamente superior a cuanto se podía esperar.

—Está perfectamente educado, es fino y sencillo—dijo el tío.

—Estoy convencida de que hay en él algo de orgullo continuó la tía—; pero limitado a su aire, y no le sienta mal. Puedo decir, con el ama de llaves, que aunque se le tilde de orgulloso, yo no he visto en él nada de eso.

—Jamás me he quedado más sorprendido que con su conducta con nosotros. Ha sido más que cortés, ha sido atento de verdad, y no tenía necesidad de semejante atención. Su relación con Isabel era muy ligera.

—Cierto, Isabelita—dijo la tía—, que no es tan guapo como Wickham, o mejor dicho, que no posee su figura; pero sus facciones son por completo

Orgullo y prejuicio.—T. II.
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