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producida por la entrada de criados con carne fría, pasteles y diversas de las mejores frutas de la estación; mas eso no aconteció hasta después de muchas miradas significativas dirigidas por la señora Annesley a la señorita de Darcy para recordarle sus deberes. Ello proporcionó nueva ocupación a toda la partida, pues si no todas podrían hablar, a todas era posible comer, y las hermosas pirámides de uvas, abridores y melocotones las congregaron pronto alrededor de la mesa.

Mientras se ocupaban en eso, Isabel halló vagar para decidir si temía o deseaba más la aparición de Darcy, en vista de los sentimientos que habían de prevalecer en ella cuando entrase en la estancia; y aunque un instante antes había creído que los deseos predominaban, entonces empezó a sentir que llegase.

El había pasado algún tiempo con el señor Gardiner, quien, con otros dos o tres caballeros, se entretenía a la sazón en el río, y le había abandonado sólo al saber que las damas de su familia proyectaban visitar a Georgiana aquella mañana misma. No bien apareció, cuando Isabel resolvió, con cordura, mostrarse por completo natural; resolución muy necesaria de tomar, pero acaso no tan fácil de cumplir, ya que conocía que despertaban ambos sospechas en toda la reunión, sin que hubiese un ojo que no vigilara el proceder de él a su ingreso. En ningún rostro se marcaba esa curiosidad con tanta fuerza como en el de la señorita de Bingley, a pesar de las sonrisas que de él brotaban al hablar