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comunes, más necios, más usados, pueden resultar interesantes por la habilidad de quien los emplea.

Con rivales para ganar la atención de las bellas como eran Wickham y los otros oficiales, Collins pareció hundido en la insignificancia; para las jóvenes no era nadie; pero encontró aún a intervalos una amable interlocutora en la señora de Philips, y estaba, debido a los cuidados de ésta, muy bien provisto de café y de pastas.

Cuando se puso la mesa de juego vio oportunidad para corresponder a dicha señora sentándose a jugar al whist con ella.

—Conozco poco este juego por ahora —díjole—; pero me gustaría progresar en él, habida cuenta de mi situación en la vida.

La señora de Philips quedó muy agradecida de su complacencia, aunque sin poder entender esas razones.

Wickham no jugaba al whist, y con verdadero deleite fué recibido en otra mesa entre Isabel y Lydia. Al principio pareció que la segunda iba a acapararle en absoluto, pues era muy resuelta habladora; pero como a la vez era en extremo aficionada a la lotería, pronto se interesó demasiado en el juego y se dedicó sobradamente a hacer apuestas y dirigir exclamaciones, para poder prestar atención a otra cosa cualquiera. Gracias a la conversación general propia del juego Wickham pudo vagar para departir con Isabel, y ella estaba deseosísima de escucharle, aunque lo que sobre todo ansiaba oír, o sea la historia de su conocimiento