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antes de la muerte de éste, aquél le prometió de modo espontáneo cuidarme, yo estaba convencido de que lo creía a la par una deuda de gratitud hacia mi padre y de afecto hacia mí.

—¡Qué extraño! —exclamó Isabel—. ¡Qué abominable! Me asombra que el mismo orgullo del señor Darcy no le haya hecho justo para con usted. Si no por otro motivo, por ser lo suficiente orgulloso para no ser honrado, ya que falta de honradez hay que llamar a eso.

—Es raro —replicó Wickham—, porque en casi todas sus acciones se rastrea el orgullo, y el orgullo ha sido de antiguo su mejor amigo. Se ha maridado con la virtud más que otro cualquier sentimiento. Pero en este caso nuestro ninguno de los dos se atuvo a su carácter, y en su conducta conmigo hubo impulsos más fuertes que el orgullo.

—¿Es posible que un orgullo tan abominable haya podido producir en él algún bien?

—Sí; le ha arrastrado con frecuencia a ser liberal y generoso, a dar a porfía su dinero, a mostrarse hospitalario, a ayudar a sus colonos, a socorrer al pobre. El orgullo de familia, orgullo de hijo, porque está muy orgulloso de lo que era su padre, ha obrado todo eso. El deseo de hacer ver que no deshonraba a su familia, que no disminuía en cuanto a popularidad ni perdía la influencia de la casa de Pemberley, ha sido su poderoso acicate. Tiene también orgullo de hermano, el cual, junto con algo de afecto fraternal, le ha convertido en un muy amable y cuidadoso custodio de su hermana, y de ordinario