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con los inferiores. Su orgullo jamás le desampara; pero con el rico es propenso a la liberalidad: justo, sincero, razonable, honrado, hasta acaso agradable, contribuyendo algo a ello su fortuna y su figura.

Terminada poco después la partida de whist, los jugadores se congregaron alrededor de la otra mesa, y Collins se situó entre su prima Isabel y la señora de Philips. La última le hizo las preguntas de rigor sobre el resultado de la partida. No había sido gran cosa; había perdido todos los puntos; mas cuando la misma señora comenzó a expresar su sentimiento por ello, él le aseguró con la mayor gravedad que la cosa no revestía la menor importancia, que consideraba el dinero como una bagatela y que le suplicaba que no se inquietase por ello.

—Sé muy bien, señora, que cuando uno se sienta ante una mesa de juego ha de someterse al azar, y felizmente no estoy en circunstancias que haya de conceder importancia a cinco chelines. Sin duda que habrá muchos que no podrían decir lo propio; pero gracias a lady Catalina de Bourgh estoy muy lejos de necesitar fijarme en tales pequeñeces.

La atención de Wickham se dirigió entonces a él, y tras de observarle durante algunos minutos, preguntó en voz baja a Isabel si su pariente trataba con intimidad a la familia de los de Bourgh.

—Lady Catalina de Bourgh —respondió ella— le ha dado hace poco un beneficio. Apenas sé cómo la persona del señor Collins llegó a noticia suya; pero es bien seguro que no hace mucho que se conocen.

—Usted sabrá con seguridad que lady Catalina