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de Bourgh y lady Ana Darcy eran hermanas, y que, por consiguiente, aquélla es hoy día la tía del señor Darcy.

—No por cierto; no sabía nada de los parentescos de lady Catalina. Jamás oí hablar de ella hasta anteayer.

—Su hija, la señora de Bourgh, poseerá una inmensa fortuna, y dícese que ella y su primo unirán los dos estados.

Esta noticia hizo sonreír a Isabel, que se acordó de la señorita de Bingley. Vanas eran, en efecto, las atenciones de ésta, inútiles su afecto a la hermana y sus elogios a él si Darcy se hallaba destinado a otra.

—El señor Collins—añadió Isabel—habla altamente de ambas, de lady Catalina y de su hija; mas, por algunos detalles que ha contado de Su Señoría, sospecho que la gratitud le engaña y que, a pesar de ser su patrona, es mujer arrogante y vanidosa.

—Opino que es ambas cosas en alto grado —replicó Wickham—. No la he visto desde hace muchos años; pero recuerdo muy bien que jamás me gustó y que sus modales eran dictatoriales e insolentes. Goza reputación de ser en extremo perspicaz; mas pienso que una parte de su talento se la prestan su rango y su fortuna; otra, sus modales autoritarios, y el resto, el orgullo de su sobrino, quien cree que cuantos se relacionan con él han de poseer entendimiento de primera.

Isabel confesó que él se había explicado sobre eso de modo muy razonable, y ambos continuaron jun-