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tos hablando con mutua satisfacción hasta que la cena puso fin a las cartas y proporcionó a las demás señoras parte de las atenciones de Wickham. No pudo entrar en verdadera conversación, dado el ruido de los comensales del señor Philips; pero sus modales le recomendaron a todas. Cuanto decía lo decía bien y cuanto hacía estaba bien hecho. Isabel se marchó con la cabeza llena de él. No pudo pensar en nada sino en Wickham y en cuanto éste le había dicho, en todo el camino hasta su casa; pero no tuvo tiempo ni aun para mentar su nombre mientras a ella se dirigieron, pues ni Lydia ni Collins dejaron de hablar. Lydia habló sin parar de los billetes de la lotería, de lo que había perdido y de lo que había ganado, y en cuanto a Collins, con elogiar la finca de los señores de Philips, asegurar que no le hacían mella lo más mínimo sus pérdidas en el whist, enumerar todos los platos de la cena y repetir varias veces que temía hacer ir apretadas a sus primas, tuvo más que decir de lo que pudiera desarrollar con holgura antes de que el coche parara ante la casa de Longbourn.

CAPITULO XVII

Isabel contó a Juana, al día siguiente, lo ocurrido entre Wickham y ella. Juana lo escuchó con asombro e interés; no acertaba a creer que Darcy mereciese tan poco la estimación de Bingley, y no obstante, no llegaba a dudar de la veracidad de un jo-