Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/114

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
112
 

ven de tan estimable aspecto como Wickham. La mera posibilidad de que hubiera soportado tales crueldades era suficiente para excitar todos sus tiernos sentimientos, y por consiguiente no restaba para ella sino pensar bien de ambos, defender la conducta de los dos y atribuir a casualidad o a error lo que no podía explicarse de otro modo.

—Ambos —decía— han sido engañados de una manera u otra, y en algo de que no podemos formarnos idea, estoy segura. Gentes interesadas en ello los han puesto mal entre sí. En suma, es imposible para nosotras conjeturar las causas o circunstancias que los han enemistado sin mengua de ninguna de las partes.

—Muy cierto; y ahora, querida Juana, ¿qué vas a decir en favor de esa gente interesada que por lo visto ha tomado cartas en el asunto? Justificalas también, o habremos de pensar mal de alguien.

—Ríete cuanto gustes; pero no me apartarás de mi opinión. Considera, queridísima Isabel, en cuán desgraciada situación coloca al señor Darcy el hecho de haber tratado de semejante modo al favorito de su padre, a aquel de quien su padre había prometido cuidar. No es posible. Nadie de pasaderos sentimientos humanitarios, ninguno que tenga en algo su propio carácter puede ser capaz de ello. ¿Es posible que sus más íntimos amigos vivan tan engañados respecto de él? ¡Oh!, no.

—Creería que el señor Bingley se hallaba enterado de eso, antes de pensar que el señor Wickham inventara historia tal sobre su misma persona como