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dirigió la mirada con expresión de seriedad hacia Bingley y Juana, que bailaban juntos. Mas, reponiéndose pronto, se volvió a Isabel y dijo:

—La interrupción de sir Guillermo me ha hecho olvidar lo que estábamos hablando.

—No me acuerdo en absoluto de lo que era. No ha podido sir Guillermo interrumpir a dos personas del salón que tuvieran menos que decirse. Hemos tratado ya, sin resultado, de dos o tres cosas, y no acierto a imaginar de qué podríamos hablar.

—¿Qué piensa usted de los libros? —dijo él riendo.

—¡Los libros! ¡Ah!, no; estoy segura de que no leemos nunca los mismos, o por lo menos con idénticos sentimientos.

—Lamento que usted lo crea así; pero si así fuera, eso, en todo caso, no puede proporcionarnos carencia de tema. Podemos comparar nuestras diversas opiniones.

—No, no puedo hablar de libros en un salón de baile; mi cabeza está siempre llena de alguna otra cosa.

—En tales circunstancias le ocupa a usted siempre el presente, no es así? —dijo él con sonrisa que revelaba duda.

—Sí, siempre contestó ella sin saber lo que decía, pues su pensamiento había volado lejos, según reveló después al exclamar repentinamente: —Recuerdo haber oído a usted en una ocasión que usted con dificultad perdonaba; que una vez nacido en usted un sentimiento no era ya apaciguable.