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y pronto la perdonó, dirigiendo toda su ira contra otro.

No hacía mucho que se habían separado, cuando la señorita de Bingley se llegó a ella y, con expresión de cortés desdén, le habló así:

—¡Cómo! Isabel, he oído que está usted satisfechísima de Jorge Wickham. Su hermana de usted me ha estado hablando de eso y haciéndome preguntas; y creo que ese joven se olvidó de decir a usted, entre lo que le comunicó, que era hijo del anciano Wickham, el último administrador del señor Darcy. Permítame usted, sin embargo, recomendarle como amiga que no preste usted completa fe a sus aseveraciones, porque en cuanto a que el señor Darcy le haya tratado mal, eso es una falsedad, pues, por el contrario, le ha sido siempre muy afecto, aunque Jorge Wickham se haya conducido con él del modo más infame. No conozco pormenores; pero sé muy bien que al señor Darcy no le debe censurar lo más mínimo, que no puede oír mentar a Jorge Wickham, y que, aun opinando mi hermano que no podía evitar incluirle en su invitación a los oficiales, se alegró mucho al saber que él mismo se había marchado. Su venida aquí al campo es una verdadera insolencia, y me admira que se haya atrevido a hacerlo. Compadezco a usted, Isabel, por este descubrimiento de la maldad de su favorito; pero en realidad, considerando su origen, no se podría esperar nada mucho mejor.

—Por lo visto, su delito y su familia parecen a usted lo mismo —dijo Isabel colérica—; porque