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palabras de su madre y persuadirla a describir su felicidad en voz menos perceptible; porque, para mayor mortificación suya, notó que lo principal de ello era escuchado por Darcy, que se sentaba enfrente de ellas. Su madre no hacía sino regañarla por necia.

-Díme, ¿qué tengo que ver con el señor Darcy para temerle? Es bien cierto que no le debemos ninguna fineza especial para vernos obligadas a no decir nada que no le guste oír.

-¡Por Dios, mamá, habla más bajo! ¿Qué ventaja puede reportarte ofender al señor Darcy?

¿Quieres no recomendarte nunca a su amigo por proceder así?

Mas nada de cuanto dijo produjo resultado. La madre siguió manifestando sus ideas del mismo desembozado modo e Isabel se enrojecía más y más de vergüenza y sufrimiento. No podía evitar el mirar con frecuencia a Darcy, aunque cada mirada la convenciera más de lo que temía; pues aunque no siempre miraba él a su madre, estaba segura de que la atención la fijaba invariablemente en ellas. La expresión de su rostro cambiaba gradual. mente desde el desprecio y la indignación hasta una circunsrecta y fría gravedad.

Pero al cabo la señora de Bennet no tuvo más que desem buchar, y lady Lucas, que había estado largo tiempo bostezando con la enumeración de dichas en que no veía posibilidad de participar, se entregó a los placeres del pollo y del jamón frío. Entonces comenzó a revivir Isabel. Mas no fué largo