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se sonrieron; mas ninguno miró tan risueñamente como el propio señor Bennet, mientras su esposa ponderaba en serio a Collins por haberse expresado de tan delicada manera, haciendo notar a lady Lucas que era su pariente un sabio notable y excelente especie de joven.

A Isabel le pareció que si hubiera contratado a todos los de su familia para ponerse en evidencia cuanto les fuera posible durante la velada no habrían podido desempeñar sus papeles con más ingenio y mejor resultado; y daba gracias de que a Bingley y a su propia hermana les había pasado inadvertida buena parte de semejante escena y de que los sentimientos de él no fueran para borrarse por las locuras que tenía que haber presenciado. Mas el que las dos hermanas de él y Darcy tuvieran tal oportunidad de ridicularizar a su pariente era ya suficiente desgracia, y no pudo ella determinar si el silencioso desprecio del caballero o las insolentes sonrisas de las señoras era lo más intolerable.

El resto de la velada le proporcionó escasa distracción. Se vió atormentada por Collins, quien continuaba perseverante a su lado y que, aun sin lograr bailar de nuevo con ella, le impidió bailar con los otros. En vano le suplicó que alternase con cualquiera otra persona, y en vano se ofreció a presentarle a algunas señoritas del salón. El le aseguró que el bailar le era por completo indiferente; que su principal mira era recomendarse a ella con delicadas atenciones, y que por eso se proponía permanecer a su lado durante toda la velada. Isabel debió su