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mayor descanso a su amiga la señorita de Lucas, que con frecuencia estuvo con ella y que, llevada de su buen natural, desvió hacia sí propia la conversación de Collins.

Por lo menos se vió libre de la molestia de Darcy; pues aun hallándose éste a poca distancia y por completo desocupado, nunca se aproximó lo bastante para conversar. Juzgólo ella como probable consecuencia de sus alusiones a Wickham y se alegró de que así fuera.

La partida de Longbourn fué la última de toda la reunión en marcharse. Por una treta de la señora de Bennet tuvieron que esperar el coche un cuarto de hora después de haberse ido todos los otros, y eso les dió tiempo para conocer cuán cordialmente ansiaban su vuelta algunos de la familia. La señora de Hurst y su hermana apenas abrieron la boca, excepto para dolerse de cansancio, y se las veía impacientes por hallarse en casa solas. Rechazaron todas las tentativas de conversación de la señora de Bennet, y eso produjo languidez en la reunión, muy poco aliviada por los grandes discursos de Collins felicitando a Bingley y a sus hermanas por la elegancia de su fiesta y por la hospitalidad y finura, que habían sido las características de su conducta con sus invitados. Darcy no dijo absolutamente nada. El señor Bennet, igualmente silencioso, gozaba de la escena; Bingley y Juana siguieron juntos algo separados del resto y en coloquio entre sí; Isabel observó tan continuado silencio como la señora de Hurst o la señorita de Bingley; y hasta Lydia esta-