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lación es en verdad muy poco. En realidad no se puede saber al cabo de ellos qué clase de persona es. Pero si no nos aventuramos, otro lo hará; y después de todo, la señora de Long y sus sobrinas han de seguir su suerte. Por consiguiente, como puede ella tomar por acto de delicadeza el que declines el ofrecimiento, yo lo tomo a mi cargo.

Las muchachas clavaron los ojos en su padre. En cuanto a la señora de Bennet, exclamó sólo:

—¡Qué necedad!

—¿Qué significa esa enfática exclamación? —dijo él— ¿Tienes por necias las fórmulas de presentación, con la importancia que revisten? No puedo convenir en eso contigo. ¿Qué dices, María? Tú, que eres muchacha reflexiva y, según creo, lees librotes y los extractas.

María quiso decir algo importante, mas no acertó.

—Mientras María concierta sus ideas —continuó él— volvamos al señor Bingley.

—Estoy harta del señor Bingley —exclamó la esposa.

—Siento oírte eso; pero ¿por qué no me lo has dicho antes? Si lo hubiera sabido esta mañana, bien seguro que no habría ido a visitarle. Es una verdadera desgracia; mas habiéndole visitado, no puedo librarme de su relación.

El asombro de las damas fué tal como él esperaba, y el de la señora de Bennet acaso sobrepujó al de las demás; pero cuando hubo pasado el primer rapto de júbilo, comenzó a declarar que eso era lo que había esperado siempre.