Página:Orgullo y prejuicio - Tomo I (1924).pdf/15

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
13
 

—¡Qué bueno eres, querido Bennet! Ya sabía yo que te persuadiría al fin. Estaba segura de que amabas demasiado a tus hijas para perder una relación como ésa. ¡Qué dichosa soy! Y ha sido buena broma que, habiendo ido esta mañana, no hayas dicho una palabra hasta este momento.

—Ahora, Catalina, puedes toser a tu antojo —dijo el señor Bennet; y en diciéndolo se marchó, cansado de los entusiasmos de su mujer.

—¡Qué padre tan excelente tenéis, hijas mías!—exclamó ella cuando se cerró la puerta—. No podéis reprocharle falta de cariño, ni a mí tampoco. A nuestra edad, os lo aseguro, no es grato entablar cada día nuevas relaciones; pero algo hemos de hacer por vosotras. Lydia, amor mío, aunque seas la menor, me atrevo a asegurar que el señor Bingley bailará contigo en el próximo baile.

—¡Oh! —repuso Lydia resueltamente— no me asusta eso, porque aun siendo la más joven, soy la más alta.

El resto de la velada se pasó en conjeturas sobre cuándo devolvería el señor Bingley su visita al señor Bennet y en determinar qué día le convidarían a comer.

CAPITULO III

Cuantas preguntas hizo la señora de Bennet, ayudada por sus hijas, no fueron suficientes para obtener de su marido satisfactoria descripción del señor Bingley. Atacáronle de diversos modos: con