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padres. Tu madre no te quiere ver si no te casas con Collins, y yo no quiero volverte a ver si te casas con él.

Isabel no pudo menos de sonreírse al final de semejante arenga; pero la señora de Bennet, que estaba persuadida de que su marido tenía por apetecible el asunto del casamiento, quedó en exceso disgustada.

―¿Qué quieres significar, Bennet, con hablar así? Me habías prometido insistir en que se casara con él.

―Querida mía ―replicó su marido―, tengo dos pequeños favores que pedirte: que me permitas. en esta ocasión hacer libre uso, primero, de mi entendimiento, y segundo, de mi cuarto. Tendré sumo gusto en disfrutar yo sólo de la biblioteca si es posible.

Mas a pesar del desagrado de su marido, la señora de Bennet no abandonó el tema. Habló una y otra vez más a Isabel y la halagó y amenazó alternativamente. Trató de procurarse para sus fines la ayuda de Juana; pero ésta, con toda la dulzura posible, rehusó entrometerse; e Isabel, unas veces con verdadero ardor y otras con juguetona alegría, contestó a sus ataques. Aunque sus modales variaron, su determinación jamás varió.

Collins, entre tanto, meditaba en silencio sobre lo que le acontecía. Pensaba sobrado bien de sí mismo para comprender por qué motivos podía rechazarle su prima, y aunque su orgullo estaba herido, por lo demás no sufría. Su interés por ella