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era meramente imaginario, y la posibilidad de que mereciese los reproches de su madre le impedían sentir la repulsa.

Mientras la familia se veía en tal confusión, Carlota Lucas vino a pasar el día con ellos. Encontróse en la entrada con Lydia, quien, volviéndose a ella exclamó a media voz:

―¡Me alegro de que vengas, porque hoy hay tal broma! ¿Qué crees que ha ocurrido esta mañana? Collins ha hecho a Isabel proposiciones de matrimonio y ella no le ha aceptado.

Carlota apenas tuvo lugar de contestar antes de que Catalina se les uniese. Venía a darle la misma noticia; y en cuanto entraron todas en el cuarto de almorzar, donde la señora de Bennet estaba sola, ésta también comenzó con idéntico tema, procurando que la señorita de Lucas se compadeciera de ella y persuadiese a su amiga Isabel a satisfacer los deseos de toda la familia.

―Te suplico que lo hagas, querida Carlota ―añadió en tono melancólico―, ya que nadie está de mi parte, ya que ninguno se interesa por mí y me veo cruelmente tratada sin consideración a mis nervios.

Carlota se ahorró la respuesta por la entrada de Juana e Isabel.

―Ahí, ahí viene ―continuó la señora de Bennet―, tan indiferente como le es posible y sin cuidarse más de nosotras que si estuviera en York, con tal de hacer su gusto. Mas yo te aseguro, Isabel, que si se te mete en la cabeza rechazar todas las