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preguntas descaradas, suposiciones ingeniosas, remotas sospechas; mas él superó a la habilidad de todas las damas, las cuales se vieron obligadas a aceptar los informes de segunda mano de su vecina lady Lucas. Las noticias de ésta eran muy halagüeñas: a lord Guillermo le había gustado mucho. Era muy joven, extraordinariamente guapo, por extremo agradable, y, para coronamiento de todo, proyectaba asistir a la próxima reunión con numerosa compañía. ¡Nada podía haber más delicisso! Gustar del baile era escalón para llegar a enamorarse, y por eso se concibieron muchas esperanzas en lo referente al corazón de Bingley.

—Si pudiera ver a una de mis hijas dichosamente establecida en Netherfield —decía la señora de Bennet a su marido— y a las demás igualmente bien casadas no tendría nada que desear.

Pocos días después Bingley devolvió la visita al señor Bennet y permaneció sobre diez minutos con él en su biblioteca. Había aquél alimentado esperanzas de que le fuera permitida una mirada a las muchachas, de cuya belleza había oído hablar mucho; pero sólo vió al padre. Las señoras fueron algo más afortunadas, porque tuvieron la suerte de cerciorarse, desde una ventana alta, de que vestía traje azul y montaba un caballo negro.

Poco después se le envió una invitación para comer; y la señora de Bennet pensaba ya en los platos que habían de acreditar sus cuidados domésticos, cuando se recibió una contestación que difirió todo: el señor Bingley se veía obligado a