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mente a nadie; cuanto se puede esperar en esta ocasión es que se engañe a sí misma.

―Eso es. No se te puede ocurrir mejor idea si no te contentas con la mía. Créela desde luego engañada. Así quedas bien con ella y ves que no debes preocuparte más.

―Pero querida hermana, ¿puedo ser feliz, aun suponiendo lo mejor, aceptando a un hombre cuyas hermanas y cuyos amigos desean todos que se case con otra?

―Eso debes decidirlo por ti misma ―repuso Isabel―; y si tras madura deliberación hallas que la desgracia de no deber nada a sus dos hermanas es más que equivalente a la felicidad de ser su mujer, te aconsejo con resolución que lo rechaces.

―¿Cómo puedes decir eso? ―dijo Juana sonriendo ligeramente―. Debes saber que, aunque quedara apenada con exceso con esa desaprobación, no podría dudar.

―No pensaba que dudaras, y siendo el caso así, no me es dado compadecer mucho tu situación.

―Mas si él no vuelve en este invierno, estará de más mi determinación. ¡Cuántas cosas pueden pasar en seis meses!

La idea de que Bingley no volviese la rechazaba Isabel; parecíale sencillamente sugestión de los interesados deseos de Carolina, no pudiendo suponer ni por un momento que semejantes deseos. ya los manifestase claramente, ya con artificio, hubieran de influir en un joven tan en absoluto independiente.