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―Eso le proporciona buen humor —dijo ella— y quedo más agradecida a ti de lo que puedo decirte.

Carlota aseguró a su amiga su satisfacción de serle útil, añadiendo que eso le compensaba el pequeño sacrificio de su tiempo. Grande era la amabilidad de Carlota al obrar así; pero trascendía a más de lo que Isabel podía concebir; su objeto no era otro que librarla de otra carga de Collins, pero procurando que éste se dirigiera a ella. Tal era el plan de Carlota; y las apariencias le fueron tan favorables, que cuando se separaron por la noche hubiérase ella creído casi segura del éxito si él no debiera abandonar el condado tan pronto. Mas al abrigar esa duda hacía injusticia al fuego e independencia de carácter de Collins, porque estas cosas impelieron a éste a salir de Longbourn con admirable disimulo a la mañana siguiente, dirigirse con premura a la morada de los Lucas y ponerse a los pies de Carlota. Tuvo cuidado de ocultar su salida a sus primas, por el convencimiento de que, de haberle visto partir, no habrían dejado de descubrir su designio, el cual no quería revelar hasta que pudiera conocerse el éxito; porque, aun juzgándose casi seguro, y con razón, porque Carlota le había animado bastante, era relativamente desconfiado desde la aventura del miércoles. Su recibimiento, no obstante, fué de lo más lisonjero.

La señorita de Lucas lo percibió desde una ventana alta cuando se dirigía a la casa, y al instante salió a la calle para encontrarle como si fuera por ca-