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sualidad. Sin embargo poco podía pensar que le esperase tanto amor como de elocuencia.

Durante el escaso tiempo como los discursos de Collins lo permitieron, quedó todo arreglado entre ambos con satisfacción común, y cuando entraron en la casa ya le rogaba a Carolina con viveza que señalase el día en que le iba a hacer el más feliz de los hombres; y aunque semejante demanda debía quedar sin respuesta por el presente, no experimentó ella deseos de chancearse de él. La estolidez de que había sido dotado por la naturaleza debía privar a su galanteo de cuantos encantos podrían inclinar a una mujer a prolongarlo, y la señorita de Lucas, que lo aceptaba sólo por el puro deseo de establecerse, no se cuidó de lo pronto que ese asunto se había resuelto.

Sir Guillermo y lady Lucas presto se decidieron por el consentimiento, el cual fué otorgado con la más alegre premura. Las circunstancias de Collins le hacían partido muy apetecible para Carlota, a quien ellos podían legar escasa fortuna, y las perspectivas de futura abundancia eran en exceso tentadoras. Lady Lucas comenzó a calcular en derechura, con más interés que el que antes tuviera por el asunto, cuántos años más podría vivir el señor Bennet, y sir Guillermo expresó su opinión de que cuando Collins estuviese en posesión de Longbourn sería sumamente fácil que él mismo y su mujer pudieran presentarse en St. James. En suma: toda la familia se regocijó en grande con ese motivo. Las hijas menores abrigaron esperanzas de salir