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diera ánimos le parecía tan lejos de lo posible por lo menos como que ella propia pudiera hacerlo, y su asombro fué por ende tan grande que sobrepasó los límites del decoro, no pudiendo evitar el exclamar:

―¡Comprometida con Collins! ¡Querida Carlota, es imposible!

El tono serio que Carlota había usado al contar la historia dió motivo para una momentánea confusión por su parte al recibir tan directo reproche, aunque no fuera eso sino lo que esperaba; mas pronto se rehizo y replicó con calma:

―¿De qué te sorprendes, querida Isabel? ¿Tienes por increíble que el señor Collins haya sido capaz de granjearse la buena opinión de una mujer porque no haya sido afortunado contigo?

Mas Isabel mientras tanto se había dominado también, y haciendo un gran esfuerzo hallóse apta para asegurarle con suficiente firmeza que le era grata la perspectiva de su parentesco y que le deseaba todas las dichas imaginables.

―Conozco lo que te pasa ―replicó Carlota―. Tienes que estar sorprendida, muy sorprendida, haciendo tan poco que el señor Collins proyectaba casarse contigo. Pero cuando tengas tiempo para reflexionar en todo esto creo que quedarás satisfecha de mi resolución. Ya sabes que no soy romántica, que no lo fuí nunca. Busco sólo un hogar, y considerando el carácter, relaciones y situación de la vida del señor Collins, estoy persuadida de que mis probabilidades de felicidad con él son tan grandes