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como las de que la mayor parte de la gente puede jactarse al ingresar en el estado de matrimonio.

Isabel contestó al punto:

―Es indudable.

Y tras una corta pausa fueron ambas a juntarse con el resto de la familia. Carlota no permaneció en la casa largo rato, e Isabel se entregó a su marcha a reflexionar sobre lo que había escuchado. Pasó no poco tiempo hasta que se hizo a la idea de un casamiento tan impropio. Lo extraño de que Collins hubiera hecho dos proposiciones de matrimonio en tres días no era nada en comparación con el hecho de haber sido ahora aceptado. Siempre había creído que las opiniones de Carlota sobre el matrimonio no eran exactamente como las suyas; pero no supuso que al pasar a la práctica sacrificara todos sus mayores sentimientos a la ventaja positiva. ¡Carlota esposa de Collins era un cuadro humillante! Y a la angustia por rebajarse la amiga y por que descendiese en su estimación se vino a añadir el aflictivo convencimiento de serle imposible a la misma el vivir pasablemente dichosa con la suerte que había elegido.

CAPITULO XXIII

Sentada estaba Isabel con su madre y hermanas, meditando sobre lo que oyera y vacilando sobre si estaba autorizada para mentarlo, cuando el propio sir Guillermo Lucas apareció, enviado por su hija,